Adiós 11 de febrero

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El 11 de febrero pasado, México se conmovía con las imágenes de un pequeño que lloraba emocionado cuando, gracias a una chilena, su equipo empataba en tiempo agregado en aquel partido Puebla vs Atlas en la jornada 5 del actual torneo de la Liga MX. Ese día el deporte tuvo sentido.

Ni siquiera ha pasado un mes y nuevamente los sentimientos se agolpan cuando vemos caras infantiles involucradas en un partido del futbol. Solo que esta vez es el miedo y el horror el que toma el lugar de aquella esperanza que brotaba en las lágrimas del chicuelo aficionado a la franja. El sentido del juego se perdió en la cancha, donde otro niño, al igual que muchos otros, se vio en plena carrera de la mano de su padre quien intentaba alejarle del peligro una de las peores escenas que se han visto en el deporte nacional. En el Estadio Corregidora de Querétaro, aficionados del Atlas y de Gallos Blancos nos demostraron que la rabia es tan peligrosa y contagiosa como una pandemia. Nada le ha hecho más daño al ser humano que su semejante.

Y sí, todos somos semejantes, a menos que llevemos puesta la playera de un equipo de futbol. Basta con ver en las noticias a aquellos que se quitaron sus jerséis para que los golpeadores no les hicieran daño -al menos esa era la esperanza del padre que llevaba a su hijo con el torso desnudo rumbo al túnel que los conducía fuera del estadio-. El odio es el peor sentimiento del hombre y el odio por un equipo de futbol es, para colmo, un odio de nada. Iba a decir que era un odio barato, pero hasta eso, las playeras “originales” y las idas al estadio si son costosas, ¿Y todo para qué? Para que te vean por la calle y te agarren coraje por tus colores.

Los colores en el futbol los deben de defender los jugadores, que para eso les pagan. Nosotros los vestimos porque es una forma de decir que apoyamos al equipo de la ciudad donde nacimos, del equipo al que le iba el abuelo, del equipo que nos enamoró cuando éramos pequeños, etc. El escudo que llevamos no es un blasón de ejército y un partido no es una guerra declarada. El balompié es para disfrutarse jugando con los cuates o la familia; para sentarse dos horas con botana y salirse de la rutina.  Si uno quiere más, puede hacerse analista de sofá mientras ve los resúmenes y las estadísticas. Si a usted le causa dolor, angustia, coraje o frustración ver el fut, mejor vea otro deporte o póngase a leer. Sabe que, lea, aunque vea cualquier deporte.

Son las 2 a.m. estoy viendo la transmisión en vivo de la llegada de los camiones y camionetas que trasladaron a los aficionados del Atlas desde Querétaro a Guadalajara. Paramédicos aguardan para atender a los que lleguen con heridas por la trifulca. También esperan familiares y amigos. Afuera del Estadio Jalisco han puesto un altar con veladoras. El camarógrafo está en buena posición para filmar la llegada del primer autobús. Justo durante el arribo, se entromete en la toma un joven, cerveza en mano y claramente ebrio, un amigo suyo lo saca de cuadro. El reportero y camarógrafo avanzan hacia la puerta del bus. La gente se apeñusca alrededor. El joven de la cerveza no era el único, se pueden contar más de 10 jóvenes en estado de ebriedad en la toma, mientras se escuchan gritos etílicos en voz en off. ¿Mencioné que ninguno llevaba cubre bocas?

Bajan los pasajeros, se ven claramente afectados. Algunos se abrazan a quienes le esperaban y otros van a que los revisen en la ambulancia. Mientras el reportero busca una entrevista se escuchan nuevos gritos, uno llama mi atención: “Vamos a ir a buscar a esos cabrones”. No es un secreto, la violencia genera violencia. Es obvio que no se aprendió nada de esta tragedia.

Algunos de los recién llegados dan sus testimonios, coinciden en tres cosas: Uno, alguien abrió las puertas que dividen zonas en el estadio para que los aficionados del Querétaro pudieran acceder a donde estaban los atlistas. Dos, afuera y dentro del estadio se golpeó sin miramientos a hombres, mujeres y niños. Tres, de los que fueron, muchos están desaparecidos.

En la misma transmisión se entrevista vía telefónica al Presidente de la Liga MX, Mikel Arriola. Dice que se van a tomar medidas estrictas en el asunto. De hecho, no descarta, en caso de ameritarse con las pruebas que se recaben, revisar la desafiliación de algún club involucrado. No creo que llegue a tanto, aunque si espero un castigo ejemplar para ambas partes en materia futbolística y penal.

Y hablando de lo penal ¿Y Seguridad Pública?, no me digan que solo estaba la seguridad del estadio resguardando a las porras de equipos con una fuerte y larga rivalidad. Pues no, no había elementos de seguridad pública. Y si había eran muy pocos para poder contener la emergencia.

En estos días se va a dar a conocer las culpas y los castigos por este acto de salvajismo en las tierras queretanas. Supongo que la cosa quedará ahí. A menos que esta vez ya se pongan a considerar qué tanto afecta a una sociedad el permitir que los hooligans existan. Bueno, “barras” pa que me entiendan. Ese modelo de porra agresiva que el Pachuca le copió a los argentinos en el 96.

¿Será necesario prohibir la entrada a los estadios a las porras del visitante? Yo digo que si, por los menos hasta que se eduquen.

¿Educarse?, preguntará usted. Sí, le confirmo. Tenemos que educarnos a que la competencia deportiva no es una guerra. Debemos educarnos y entender que cada vez que declaramos cosas como eso de que “chingue a su madre el américa” (que es el más popular) estamos generando violencia. Debemos educar a los tveaztecos y telerrisos para que no anden diciendo que las rivalidades deportivas son batallas a morir y dejen de generar contenido que induzca el desprecio a otro equipo. Debemos educar a los niños para que no se odien por irle a un equipo distinto y que no debe de existir rivalidad entre mexicanos, de la ciudad que sea. Debemos educarnos para no canalizar nuestras frustraciones personales en un simple y llano juego de balón.

Y, sobre todo, debemos educarnos en la tolerancia. Debajo de una playera de futbol, todos somos iguales.

Aguas, hay niños viendo.       

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